La ciudad de Sevilla se maquilla cada amanecer para los ojos de quien la mira con su vara de mando desde el sillón señorial
No es más ciego el que no ve, si no el que no quiere verlo, quien mira para otro lado al ver una ciudad gris, manchada de alquitrán, donde los árboles que pintaban de verde mueren de sed para dar paso al calor del asfalto y a la mirada desolada de quien sufre esta cruda realidad. Donde las personas más vulnerables son desahuciadas de sus hogares por un Juez que se cree Dios, donde la pobreza se arrastra por los barrios más humilde de la ciudad y el aire mueve la suciedad de tantas calles sin barrer.
No son pocas las personas que salen a la calle, las que gritan en silencio con sus pancartas llena de mensajes de esperanza, las que viven con la luz apagada porque les deslumbra tanta injusticia, en sus barrios, en su Sevilla que les vio crecer, o tal vez, la ciudad que les acogió cuando prometía un futuro alentador.
Esa ciudad que todos sueñan, es la que ve quien se ha subido el sueldo pensando merecerlo, tal vez porque no escucha, quizás porque no mira o porque maquilla la tristeza de tantas personas regalándole el oído con promesas, de esas que no hay que cumplir. Manu Becerra